Me dijo: es la vida, y no la ví más.
De las preguntas que nos hacemos ninguna es más importante que ¿Qué es verdad? Y a pocas cosas les dedicamos más energía que a hacerla imposible contestar.
…Entonces este fue a su padre y dijo: Padre mío. E Isaac respondió: Heme aquí; ¿quién eres, hijo mío?
19 Y Jacob dijo a su padre: Yo soy Esaú tu primogénito; he hecho como me dijiste: levántate ahora, y siéntate, y come de mi caza, para que me bendigas.
Génesis 27, 18-19
Y decretamos y establecemos que mantenga el principado tanto sobre las cuatro principales sedes, las de Antioquía, Alejandría, Constantinopla y Jerusalén, sino también sobre todas las iglesias de Dios en todo el mundo…la ciudad de Roma y todas las provincias, distritos y ciudades de Italia o de las regiones occidentales; y renunciando a ellos, por nuestro don inviolable, al poder y dominio de él mismo o de los pontífices sus sucesores, decretamos, mediante este nuestro divino estatuto y constitución imperial, que así se arregle; y concedemos que permanezcan legalmente con la santa Iglesia Romana…. Porque, donde la supremacía de los sacerdotes y la cabeza de la religión cristiana ha sido establecida por un Gobernante celestial, no es justo que allí un gobernante terrenal tenga jurisdicción.
Parece que el Papa es el jefe de todos los patriarcas, y que tiene derecho a gobernar Occidente. O al menos eso dice este documento, llamado la Donación de Constantino, que el Emperador Constantino habría dado, en agradecimiento al Papa Silvestre, cerca del año 317 de nuestra era. A partir del año 1000 se empezó a sospechar que era falso, lo que no impidió que se usara como argumento, y alrededor de 1440 el humanista y filólogo llamado Lorenzo Valla demostró que el documento había sido escrito después del año 900, cuando Constantino y Silvestre ya hacía rato que habían dejado este valle de lágrimas y tinta. Si, es un documento falso, pero es falso en un sentido particular e interesante.
De un lado, algo es falso cuando es lógica o empíricamente distinto de lo verdadero: es falso, digamos, que 2+2 sea 6, y también es falso que San Martín haya cruzado los Alpes en karting para ir a liberar Malasia. Pero del otro lado, falso no se opone a verdadero sino a auténtico. Una rama de pino no es una moneda falsa -aunque es falso que sea una moneda- porque no intenta hacerse pasar por una. El segundo sentido de falso implica que alguien nos intenta engañar, que nos da gato diciendo que es liebre. Y por eso tenemos un verbo, falsificar, que no quiere decir volver algo falso sino adulterar algo o fabricar algo falso. La república romana tenía una ley sobre falsificaciones, la Lex Cornelia de falsis que castigaba a los que adulteraban o fabricaban ilegalmente cosas como testamentos o moneda, pero no otros tipos de falsedad, y esto ha sido interpretado como que la conducta que busca punir es la mutación de la realidad. Es como si lo que la ley quisiera proteger fuera más la confianza que la verdad, tal vez porque la confianza es la base de la supervivencia de cualquier sociedad humana. Es una cuestión de economía: si tuviera que verificar cada cosa que me dicen los demás, no me quedaría tiempo para casi ninguna otra cosa, y la solidaridad intergrupal está basada, en parte, en esa confianza. Y también es una cuestión del lenguaje: cuando una abeja hace su danza para guiar a otras abejas a donde están las flores, no puede expresar otra cosa que la verdad. Su lengua la limita a reproducir hechos. Nosotros podemos usar la lengua para decir lo que hay, y también para decir lo que no hay. Es que la imaginación y la mentira van de la mano, y no podemos tener una cosa sin la otra. En el fondo todo futuro, toda abstracción, son falsas, al menos en el sentido de que no son verificables.
Pero aunque no podemos verificar todas las cosas, seguimos insistiendo en que las cosas que creemos sean verdaderas, o por lo menos en conseguir razones para creer que son verdaderas. Y como desarrollamos la memoria extendida a través de la escritura, tenemos documentos a los que usamos como fuente para conocer el pasado. Y, como hecha la ley, hecha la trampa, también falsificamos esos documentos.
Pero si la falsificación en el pasado era una cosa de reyes y señores, clérigos haciendo como que el un emperador le había regalado algo a un papa, porque en el fondo eran casi los únicos que leían y escribían, nuestros tiempos de alfabetización masiva trajeron como novedad la creación de documentos falsos para las masas.
Uno de los mas famosos y perennes es Los Protocolos de los Sabios de Sión, tal vez porque el antisemitismo nunca pasa de moda. Umberto Eco1 analizó su historia, que brevemente puede resumirse así: escrito por la policía secreta rusa cerca de 1900, en parte para estimular el siempre presente antisemitismo ruso, en parte para resolver una interna entre facciones palaciegas que se acusaban mutuamente de ser judíos. Hasta ahí, nada nuevo. Lo interesante es cómo lo escribieron: copiaron y pegaron varios escritos anteriores, incluyendo uno que a su vez una copia partes de una novela de Alexandre Dumas2 y otro que es una copia de una novela de Eugene Sue3. Ninguna de los originales, por supuesto, habla de los judíos. Los autores cambiaron de protagonistas pero dejaron el mismo complot.
Pongámonos un momento en los zapatos del autor de ese mamotreto: te llama tu jefe y te pide que escribas un panfleto antisemita para mañana. Es viernes, son las seis y media de la tarde, los amigos te están esperando para tomarte unos vodkas. Un buen agente reconoce sus debilidades: hay gente que escribe mejor que él, y entonces, para ser eficiente, va y copia a esa gente. Total, ¿quién se va a fijar si los argumentos son originales o no? Lo único relevante es que confirman lo que los lectores ya querían creer. Instantáneamente, tiene una trama atractiva (después de todo, copió a dos best-sellers de la época),que parece a la vez antigua y auténtica. Desde el punto de vista de quien consume esta tontería mal escrita se trata de un documento original, y por lo tanto puede ser tomado como evidencia, por eso podemos decir que es una falsificación (en cambio, si yo dijera lo mismo que dice el documento pero a mi nombre, sería apenas una mentira, falso pero no falsificado).
Nosotros también tenemos nuestros documentos falsificados: en 1886 Eduardo Madero, el mismo del puerto, encontró el Plan de Operaciones, un documento atribuido a Mariano Moreno, donde se propone radicalizar la revolución de mayo. De entrada fue considerado un apócrifo por algunos, como Paul Groussac4, pero también aceptado por otros, y se convirtió en un caballito de batalla de cierta izquierda argentina que se apuraba a reclamar que la revolución de mayo se había desviado de su propósito original al moderarse. En 2015, Diego Bauso5 publicó un libro en el que demostró que no sólo el autor no era Moreno, ni ningún morenista, sino que era una copia de una novela francesa6, y que el Plan había sido fraguado en Montevideo por contra-revolucionarios, que lo usaron para pintar a la revolución como jacobina y sedienta de sangre, como propaganda contra Moreno y la revolución.
El mecanismo es idéntico al de los Protocolos: afirmar algo sobre algo en base a un documento supuestamente secreto, que en realidad es una falsificación hecha de apuro, a menudo copiando lo primero que se encuentra a mano. Como la rima, funciona porque repite exactamente eso que la audiencia ya tenía en la cabeza. En su categoría contrahecha, el Plan de Operaciones es mejor que los Protocolos: hay gente que lo ha usado para mostrar la virtud, y otros para mostrar la perversidad de un Moreno completamente imaginario, mientras que los Protocolos son usados exclusivamente por antisemitas con problemitas de comprensión lectora a los que no los han querido lo suficiente de chicos.
Lo que tienen en común estas falsificaciones cómo están hechas, y cómo funcionan: se vuelven difíciles de chequear, a menos que uno le ponga voluntad, simulan un origen antiguo, ajeno a sus difusores, y por lo tanto supuestamente objetivo, y permiten acusar de negacionismo o complicidad a cualquiera que discuta el contenido. La falsificación orientada a las masas no está para desafiar a los críticos, está para justificar a la grey propia en sus creencias. Si alguien escribiera los Protocolos hoy, probablemente le atribuiría a los Sabios de Sión, en vez de cavar túneles bajo las ciudades, el haber forjado, en la oscuridad, el Anillo Único para dominarlos a todos.
Nuestros tiempos han visto una aceleración del mundo de las comunicaciones, y la falsificación novelística no anda en un tiempo en el que ya nadie lee novelas. Las nuevas tecnologías, los nuevos públicos permiten la construcción de nuevas falsificaciones. Ya andan circulando por ahí deep fakes, videos fabricados con técnicas de Inteligencia Artificial que permiten poner en escena cualquier cosa, desde juegos ingeniosos (por ejemplo Jerry Seinfeld en Pulp Fiction) hasta otros más peligrosos: falsas películas pornográficas, políticos diciendo cualquier cosa a cámara, eventos elogiables o terribles que nunca sucedieron. Esto genera dos peligros simétricos: es posible falsificar a nuestros enemigos para desprestigiarlos pero, además, dado que es tan fácil crear fakes, también es fácil denunciar como fakes cosas verdaderas. Lo que entra en discusión no es un hecho de la realidad, es la realidad en sí. La pérdida generalizada de la veracidad va a cambiar seriamente nuestras relaciones sociales. ¿Iremos hacia una sociedad hecha de munditos privados, donde cada uno cree lo que cree, y no puede interactuar con los demás salvo en las cuestiones transaccionales más elementales? ¿Iremos a un mundo donde la facilidad de la falsedad le ponga un premium tan excesivo a la verdad que solo se permita el literalismo más estricto y aún las metáforas sean castigadas como mentiras? No lo sé.
Eco, Umberto, Seis paseos por los bosques narrativos, capítulo 6: Protocolos Ficticios, Lumen, Barcelona, 1996.
El collar de la reina, escrita hacia 1849.
Eco cita aquí Los misterios de París, una serie escrita cerca de 1842, pero la parte copiada parece ser de Los misterios del pueblo, escrita entre 1849 y 1856, y cuyo autor tal vez no sea el mismo Sue sino su secretario, Pierre Vesinier, que continuó algunas obras de Sue post-mortem (de Sue, no de Vesinier. Sería un libro más famoso en el segundo caso).
Paul Groussac fue un polemista, escritor, historiador y crítico, nacido en Francia y que vivió en Argentina entre 1866 y su muerte en 1929 y se convirtió en el padre terrible del mundo cultural del Río de la Plata. Al igual que Borges, lo nombraron director de la Biblioteca Nacional cuando ya estaba ciego. Uno mas en la lista de europeos que se vinieron a estos pagos y se convirtieron en árbitros culturales, como Pedro de Angelis, Witold Gombrowicz o Luca Prodan.
Bauso, D. J. Un plagio bicentenario, Sudamericana, 2015
Regnault-Warin, J. B. P. El cementerio de la Magdalena, publicado en París como Le Cimetière de la Madeleine en 1800
Interesantísimo como siempre. Al margen del argumento principal, me voy a detener en una de las magias parciales del artículo: no sabía que la cuestión del Plan de Operaciones estaba definitivamente zanjada; pensé que todavía era materia de debate.
Lo que no pesqué esta vez es el por qué del título. Obviaente sé que está sacado del tango "Volvió una noche", uno de mis favoritos, pero no sé porqué el artículo se llama así.
Me encanta la referencia homenaje como árbitro cultural a Luca Prodan, despues de todo, yo quiero a mi bandera, planchadita, planchadita, planchadita.