En elogio de la estupidez.
O de cómo la línea recta no es, en general, el camino más corto entre dos puntos.
En el mundo están los cretinos, los imbéciles, los estúpidos y los locos… todo el mundo, si se mira bien, participa de alguna de esas categorías. Cada uno de nosotros de vez en cuando es un cretino, un imbécil, un estúpido o un loco. Digamos que la persona normal es la que combina razonablemente todos esos componentes o tipos ideales….El estúpido no se equivoca de comportamiento. Se equivoca de razonamiento. Es el que dice que todos los perros son animales domésticos y todos los perros ladran, pero que también los gatos son animales domésticos y por tanto ladran. O que todos los atenienses son mortales, todos los habitantes del Pireo son mortales, de modo que todos los habitantes del Pireo son atenienses…incluso puede decir algo correcto, pero por razones equivocadas. El estúpido es muy insidioso. Al imbécil se le reconoce en seguida (y al cretino ni qué decir), mientras que el estúpido razona casi como uno,
Umberto Eco, El Péndulo de Foucault
De chico creía que colonia venía de Colón. Era obvio: el proceso de ocupación de América por los europeos llevaba el nombre del tipo que lo había iniciado. Después descubrí que viene del latín colônia, que quiere decir granja o establecimiento rural, como los que los romanos establecían para darles tierras a los soldados veteranos, por ejemplo la Colonia Claudia Ara Agrippinensium que, como a los alemanes no les gustan las vocales, hoy es la ciudad de Köln. El nombre existe desde mucho antes de que alguien pensara en cruzar el Atlántico, y lo mío fue una estupidez: hice un razonamiento ridículo, basado en datos incompletos. Pero no creas, Lector, que me ofende la idea de ser estúpido. Después de todo, estoy en buena compañía, por ejemplo, la del mismo Colón que, razonando de un modo no menos ridículo, se convenció, y convenció a otros, de que podía encontrar un camino a las Indias cruzando el Atlántico.
Europa Occidental se había quedado fuera del comercio con Oriente por la expansión del poder de los otomanos, que conquistaron Constantinopla en 1453, y por los monopolios de venecianos y genoveses. España y Portugal no tuvieron más remedio que intentar buscar otras rutas para llegar a lo que entonces se llamaban las Indias y hoy llamamos el este de Asia, de India a Japón. Los portugueses razonaron así: en alguna parte África tiene que acabarse y abrir paso a la navegación hacia el este, y después de varios intentos encontraron un camino con la expedición de Cabral, que llegó a Ciudad del Cabo, en la punta de África, y la de Vasco da Gama, que logró ir y volver a la India. Colón se propuso llegar a Asia por otro camino, yendo hacia el oeste. Contra lo que nos enseñaban los mitos escolares, nadie serio pensaba entonces que la tierra fuera plana. El tema ni siquiera era polémico: Dante, más de un siglo antes de Colón, puso en el hemisferio sur la montaña del Purgatorio y del Paraíso Terrenal. De hecho, Eratóstenes, 1500 años antes, había demostrado la esfericidad del planeta y calculado su diámetro en 250.000 estadios. El problema es que no sabemos exactamente cuánto medía un estadio para Eratóstenes, y según la definición que tomemos el error puede ser del 1 o del 30 por ciento. Pero tampoco se sabía exactamente cuán ancha era Asia. Y mezclando esos dos errores Colón hizo mal las cuentas y calculó que la distancia entre Europa y Japón era un cuarto de la distancia real, 3 mil kilómetros en vez de los casi 12 mil que son, como si Tokio estuviera en donde está Tennessee. Habría terminado muerto de hambre y sed, o víctima de un motín, en el medio del Atlántico, si no hubiera pasado algo que ni él ni nadie podía haber predicho: entre Europa y Asia había otro continente. Colón se mantuvo firme en su error, murió creyendo que había llegado a las Indias, y el nuevo continente tomó su nombre de otro italiano.

En su libro Fooled by Randomness1, Nassim Taleb cuenta la historia de dos traders, John y Carlos, que durante un tiempo tuvieron tanto éxito en sus inversiones, hicieron tanto dinero -para ellos y para sus clientes- que creyeron que habían encontrado la clave para ganarle al mercado. En realidad, sólo habían tenido suerte, y cuando la suerte que es grela, fayando y fayando, los largó paraos, se fundieron. La hipótesis de Taleb es que tendemos a construir narrativas acerca de la habilidad donde sólo hay suerte. Y eso es cierto -alcanza con escuchar a cualquier comentarista deportivo o político-, pero creo que hay algo más. Porque aun si desde el punto de vista de John o Carlos, o del nuestro, su creencia es irracional, desde el punto de vista del sistema puede ser perfectamente racional apoyarlos, siempre y cuando se cumplan dos condiciones: la apuesta no amenaza con arruinarnos si sale mal, y en cuanto les va mal los abandonamos. Es imposible saber si les va bien por casualidad -son estúpidos, y su éxito es casual- o porque encontraron un patrón para invertir que funciona durante un tiempo -son estúpidos porque creen que encontraron algo eterno cuando en realidad sólo encontraron algo temporario-. Al mercado le da lo mismo: mientras produzcan beneficios para los demás, y esos beneficios superen las pérdidas cuando fracasen, mientras no apostemos sólo a ellos dos sino a una multitud de otros que tengan otras estrategias, lo racional es apostar aún si pensamos que son estúpidos.
En El Hombre que fue Jueves2 un actor se disfraza para hacerse pasar por un famoso filósofo, y logra convencer al público de que lo elija a él antes que al verdadero:
Intentó rebatir mis afirmaciones con argumentos intelectuales. Me defendí de eso mediante una artimaña muy simple. Cada vez que decía algo que nadie más que él podía entender, yo respondía con algo que ni siquiera yo entendía. "No me imagino", dijo él, "que haya logrado demostrar el principio de que la evolución es sólo negación, ya que requiere de la introducción de lagunas, que son esenciales para la diferenciación". Yo respondí con sorna: "Eso ya lo dijo Pinckwerts; la idea de que la involución funcionaba en modo eugénico fue desacreditada hace mucho por Glumpe". ¿Hace falta decir que no existen ni Pinckwerts ni Glumpe? Pero la gente a mi alrededor, para mi sorpresa, parecía recordarlos bastante bien…
Es que desde afuera la genialidad es indistinguible de la estupidez. Para el que no sabe física cuántica, no hay manera de distinguir entre Max Plank y un tarotista. Aun para los científicos es difícil evaluar una novedad. Cuando, a finales de los 40, Perón creyó en la charlatanería de Ronald Richter y financió el Proyecto Huemul3, que le prometía lograr fusión nuclear y obtener una fuente inagotable de energía limpia, y armas nucleares, no fue completamente irracional. Después de todo, en la década anterior se había logrado la fisión nuclear. Si lo increíble había pasado una vez ¿por qué no podía pasar otra vez en el Nahuel Huapi? ¿Cómo podía un militar distinguir entre el genio de Oppenheimer y las mentiras de Richter? A veces los sueños monstruosos engendran razones. La estupidez de Perón fue no haber armado un mecanismo de control, no haber considerado en la ecuación que él, de ese tema, no entendía nada, no haber tenido un Vannevar Bush.4 También es cierto que no podía tenerlo: había intervenido las universidades y echado a todos los que no eran amigos. Todo el tiempo se financian proyectos científicos y tecnológicos que van más allá de lo que sabemos, y una enorme cantidad de ellos fracasan. Pero igual tenemos que seguir apostando a algunas cosas que nos parecen estúpidas, porque es la única manera de lograr, de vez en cuando, lo extraordinario. El costo de las verdaderas estupideces se diluirá, esperamos, en los beneficios enormes que obtenemos de haber apostado, a veces y sin saberlo, al genio.
A veces una idea parece estúpida simplemente porque aún no sabemos lo suficiente. Por ejemplo, la geología supuso durante muchas décadas que el surgimiento y desaparición de montañas y otros accidentes topográficos se debían a que los continentes se mueven en sentido vertical, y que pueden unirse o separarse si el nivel del mar cambia o las aguas se congelan, como durante el periodo glacial, hace unos 12 mil años, que permitió a los humanos pasar de Siberia a América, y que, salvo eso, son más o menos fijos. Pero eso trae problemas: por ejemplo, desde hace siglos se observó que las costas opuestas del Océano Atlántico tienen formas similares, e incluso que hay fósiles idénticos en ambas que no se encuentran en otras partes. Si los continentes estuvieron siempre separados, ¿cómo hicieron estos animales para cruzar? Se sugirió que, antiguamente, había habido puentes de tierra entre los continentes, lo que no parece muy plausible. En 1915, Alfred Wegener empezó a presentar la idea de que si encontrabamos datos biologicos y ecologicos identicos en, digamos, la costa de Brasil y la de África Occidental, es porque en alguna época esas regiones eran contiguas, y que luego los continentes se movieron. Nadie se lo tomó muy en serio. Primero porque Wegener era meteorólogo, no geólogo, y aun en la ciencia jugar de visitante es difícil. Pero en segundo lugar, porque no pudo producir una teoría razonable de cómo y por qué los continentes se mueven, y su idea que el movimiento se debía a la fuerza gravitatoria fue refutada por los físicos. Parece absurdo, por ejemplo, imaginar la enorme masa sólida de América deslizándose sobre el fondo igualmente sólido del mar. Las ideas de Wegener fueron consideradas, básicamente, como una estupidez. Hasta que en la década de 1960 se entendió que en realidad tanto los continentes como el fondo del mar, lo que llamamos la litosfera, es sólida y está dividida en porciones discretas, llamada placas tectónicas, que flotan sobre una capa de menor densidad, la astenosfera, que es fluida. Así, no son los continentes lo que se mueven sino las placas enteras, como se ve en este mapa.5
De pronto las ideas de Wegener pasaron de ser una estupidez a ser ortodoxas, de pronto los Himalayas se explican porque la placa India chocó con la de Eurasia y los fósiles que existen al mismo tiempo en Sudáfrica y la Antártida por el movimiento de las placas, cuya velocidad incluso hemos podido calcular. A veces la estupidez está en que, como en una novela muy mala o muy buena, pasa algo que con lo que sabemos hasta ese punto parece ridículo y la única cosa razonable es seguir leyendo.
Visto por sus contemporáneos,, Colón era un estúpido: usando datos y razonamientos incorrectos llegó a la conclusión equivocada. Y acá es donde tengo que empezar a defender la estupidez y decir que lo racional a veces es hacer cosas estúpidas.. Si hubiera salido todo mal, como dictaba la razón que tenía que salir, los reyes Fernando e Isabel habrían perdido tres carabelas y sus tripulaciones; como salió bien, su nieto, Carlos V, gobernó un imperio que iba de Hungría a las Filipinas (no, Hungría no fue descubierta por Colón, pero la corona del Sacro Imperio Romano Germánico de Carlos V se pagó con las riquezas de América). Lo que es un error desde el punto de vista de un sujeto es sólo una apuesta desde el punto de vista del sistema. El éxito de las estrategias de inversión de los traders John y Carlos pueden deberse sólo a la suerte, pero también a que su estupidez los hizo elegir algo que funciona ahora y que va a dejar de funcionar mañana, sin que ellos se den cuenta -después de todo, son estúpidos-, pero que es conveniente apoyar. Y a veces lo que apoyamos parece una estupidez, y tal vez lo sea, pero viene mezclada con algunas genialidades, y no podemos distinguirlas hasta que las pongamos en práctica. Los que rechazaron la deriva continental de Wegener tenían razón: no había evidencia. Y Wegener también: los continentes se mueven. A veces hay que publicar una idea que parece estúpida, aunque más no sea para que alguien se tome el trabajo de ir a refutarla y termine encontrando evidencia de que teníamos razón, o se le ocurra aún otra idea mejor.
O sea, necesitamos ser un poco estúpidos, porque en el fondo, la razón y el conocimiento suelen producir extensiones de lo que ya sabemos, pero difícilmente produzcan cosas realmente nuevas. Y de las cosas nuevas y exitosas todos somos beneficiarios. El economista -y Premio Nobel- William Nordhaus6 dice:
Concluimos que sólo una fracción ínfima de los beneficios sociales derivados de los avances tecnológicos durante el período de 1948 a 2001 fue capturada por los productores, lo que indica que la mayoría de los beneficios del cambio tecnológico se trasladan a los consumidores en lugar de ser capturados por los productores.
O, como detalla Deirdre McCloskey:7
Los inventores y emprendedores en la actualidad sólo obtienen un 2 por ciento del valor social de sus invenciones como ganancia. Si eres Sam Walton, ese 2 por ciento te genera personalmente una gran cantidad de dinero por introducir códigos de barras en las estanterías de los supermercados. Pero el 98 por ciento a costa del 2 por ciento sigue siendo un trato bastante bueno para el resto de nosotros. El beneficio de las carreteras asfaltadas, el caucho vulcanizado, luego las universidades modernas, el hormigón estructural y el avión, ha enriquecido incluso a los más pobres entre nosotros.
Somos los beneficiarios de las novedades y de las ideas que funcionan, pero es imposible a priori distinguir quién es un genio, quién un estúpido con suerte, y quién solamente un estúpido, y ese 98%,va en parte a financiar las estupideces que no funcionaron. ¿Podríamos ahorrarnos ese costo? La misma McCloskey lo contesta:
Hace mucho tiempo tuve una pesadilla. No suelo tener pesadillas, y esta fue vívida, una pesadilla económica, una pesadilla al estilo de Samuelson. ¿Y si cada acción tuviera que realizarse de manera óptima exactamente? Maximizar la utilidad sujeta a restricciones. Supongamos, en otras palabras, que tuvieras que alcanzar el pico exacto de la colina de la felicidad en cada momento, sujeto a restricciones, ya sea al alcanzar la taza de café o dar cada paso en la calle. Por supuesto, fracasarías repetidamente en la tarea, paralizado por el miedo al más mínimo desvío de la optimalidad. De manera irracional, fue una visión escalofriante de lo que los economistas llaman racionalidad.
O sea, y como sabe cualquier estudiante de un primer curso de Análisis Matemático, es imposible garantizar que vamos a llegar a un punto óptimo si lo único que hacemos es tratar de que cada decisión sea óptima. Para resolver eso hay que tener información infinita, o cada tanto hay que hacer una estupidez, dar un paso en la dirección equivocada, explorar, tomar un riesgo. Lo que es irracional desde el punto de vista de los individuos termina siendo extremadamente racional desde el punto de vista sistémico: el que llega nos marca un camino que los demás podemos seguir a bajo costo (el de seguir su camino, si, pero también el de todos los que no lograron nada).
Sería exagerado decir que las ideas evolucionan como los seres vivos, pero esas dos cosas tienen algo en común: el valor de nuestras teorías sobre cualquier cosa -desde cómo funciona el clima hasta qué música prefiere un cierto público- necesitan ser probadas en el mundo real. Pero eso requiere que exploremos una gran cantidad de ideas hasta encontrar la correcta, y eso es imposible sin explorar también una enorme cantidad de estupideces que no funcionarán, del mismo modo en que un buscador de oro necesita lavar una enorme cantidad de arena inútil para encontrar unos gramos de metal precioso. No por nada, en la misma época de Colón, en el mismo fin de la Edad Media, Erasmo de Rotterdam escribió en su Stultitiae Laus -que habitualmente se traduce como Elogio de la Locura, pero que tambien podria llamarse Elogio de la Estupidez-
Porque nada más estulto que la sabiduría inoportuna ni nada más imprudente que la prudencia descaminada
A veces hacer cosas irracionales es la única conducta racional. A veces es bueno hacer cosas estúpidas, como leer este artículo. Hasta la próxima.
Taleb, N. N. Fooled by Randomness: The Hidden Role of Chance in the Markets and in Life, W. W. Norton, 2001
Chesterton, G. K. The Man Who Was Thursday, 1908 https://www.shu.edu/chesterton/upload/The-Man-Who-Was-Thursday.pdf
En 1949, el físico austriaco Ronald Richter convenció a Perón de que podía desarrollar para Argentina el proceso de fusión nuclear controlada como fuente de energía, para lo que se construyeron instalaciones en la isla Huemul, en el lago Nahuel Huapi, frente a Bariloche. El gobierno llegó a anunciar públicamente haber alcanzado la fusión nuclear controlada. En 1952, una comisión, integrada entre otros por José Balseiro, analizó los métodos de Richter y mostró que era un fraude. La historia está contada de un modo fascinante en El Secreto Atómico de Huemul, del Mario Mariscotti, que además es un distinguido físico. Hoy, 75 años después, nadie ha logrado aún mantener un proceso sostenido de fusión nuclear controlada que tenga un saldo positivo de energía.
Vannevar Bush fue un ingeniero que dirigió la Office of Scientific Research and Development, la oficina que administró casi toda la investigación y desarrollo de los Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial, incluido el Proyecto Manhattan. Graduado de MIT y decano de su Escuela de Ingeniería, fue también fundador de Raytheon y autor de un gran número de patentes.
M.Bitton - Own work based on: Hasterok, Derrick (8 June 2022). New maps of global geological provinces and tectonic plates. American Institute of Physics - Phys.org. Retrieved on 27 March 2023., CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=130076176
Nordhaus, William D. 2005. Schhumpeterian Profits in the American economy: theory and measurements. NBER Working Paper W10433. National Bureau of Economic Research, Cambridge, MA.
McCloskey, Deirdre N. 2014. Measured, unmeasured, mismeasured, and unjustified pessimism: a review essay of Thomas Piketty’s Capital in the twenty-first century. Erasmus Journal for Philosophy and Economics, Volume 7, Issue 2, Autumn 2014, pp. 73-115. http://ejpe.org/pdf/7-2-art-4.pdf
Muy, pero muy bueno. El interrogante de qué es óptimo ante la falta de datos es algo que inquieta y es difícil de asir, de encontrar una respuesta racional. Me agregaste un camino para pensar eso. Mientras leía, además pensé en 3 cosas: La primera, en los sistemas de ajuste matemáticos que tienen pasos aleatorios cada tanto. La segunda en la representación medieval y en la renascentista de la fortuna: una señora que gira una rueda de destino inexorable en la primera, y otra navegando el mundo en el mar, con una vela con la que trata de manejar si dirección aún cuando no sea para donde sopla el viento, y un mechón de pelo hacia delante, calva por detrás, que hay que tomar para que a la ocasión no la pinten calva, en la segunda. Velis Nolis Sue.
La tercera, un comentario final "Quare valete, plaudite, vivite, bibite, Moriae celeberrimi Mystae!"
Abrazo.
Dice Sábato en "Uno y el universo" (su primer, y tal vez mejor, libro): "A pesar de todo Colón hizo la expedición y el azar quiso que tardara justamente cinco semanas en llegar al nuevo continente, lo que explica que se afirmara en su idea errónea de haber llegado a las Indias. Hoy sabemos que Eratóstenes de Alejandría había calculado con asombrosa precisión y que Colón y sus asesores técnicos estaban equivocados. Pero con esta clase de equivocaciones es como avanza la humanidad",